Una refrescante filosofía de la naturaleza se abre camino en estos tiempos, para instalar nuevas representaciones que quiebran el orden de lo binario, disponiendo formas no esencialistas de la existencia y del vínculo con otrxs. El deseo, como la vida en el universo, siempre encuentra la forma de abrirse paso, aún en las tierras más desoladas. En ese camino hay estímulos, algunas frutas son verdaderos afrodisíacos naturales, que alimentan la pulsión de vida. El deseo se nutre de una íntima conexión entre el placer y la sensorialidad, y un fluido vital eriza el anhelo previo al contacto con otras pieles.
Según Bataille, para alcanzar una soberanía auténtica deberíamos abrirnos al juego incierto del azar y del amor, hasta el extremo del no saber, de la impotencia y de la pérdida de sí. Habitar la contingencia, lo cual, en un mundo cosificado al extremo y donde todxs representamos objetos intercambiables para el mercado, implicaría activar un vínculo no utilitario. Para el filósofo, una posible solución a esta pérdida de la autonomía podría consistir en lo que designa como un retorno a la intimidad, para recuperar la animalidad, asociada al orden de lo sagrado, de la comunicación. Forzando la propuesta en su literalidad, advertiremos lo evidente: el mundo de seres no humanos concede generosos aprendizajes. Allí habitan imaginariamente nuevas y potenciales formas de relación y convivencia, y es suelo nutricio de fantásticas metáforas, un territorio donde todas las cavidades son potenciales espacios para permanecer-inventar, de la misma manera que las protuberancias pueden significar un cultivar-origen.